FIESTA DE PRINCIPIO DE CURSO

Empezar el curso con alegría es una buena forma de comenzar. Por eso decidimos hacer una fiesta de juegos tradicionales para celebrar el inicio. Lo pasamos genial. Véanlo.

Trabajos del Otoño en Primer Ciclo

Este curso en el programa de Alternativa queremos realizar una serie de actividades encaminadas a trabajar el lenguaje oral con el alumnado del Primer Ciclo.

Para que estas sesiones sean gratificantes para el alumnado nos hemos propuesto desarrollar un trabajo de investigación y recuperación del folclore infantil canario, sobre todo en los aspectos de la tradición oral que han llegado hasta nosotros. Por ello nos gustaría contar con la colaboración familiar (padres, abuelos, bisabuelos, etc..) porque nos imaginamos que todos hemos escuchado, recitado o cantado a lo largo de nuestra infancia y nos hemos divertido con lo que los mayores nos enseñaban. Seguro que con su ayuda y la de libros sobre el tema, podremos dar a conocer a sus hijos infinidad de: canciones de cuna, retahílas para juegos, retahílas para saltar a la soga, cuentos de nunca acabar, poesías, cuentos encadenados, trabalenguas, adivinanzas, dichos, refranes, retahílas para jugar a la candonga, etc..

No se preocupen si no recuerdan los textos completos o si les falta alguna palabra, o por si están bien o mal escritos, ya que en este caso lo importante es recuperar esa sabiduría popular que se encuentra encerrada en cada una de nuestras casas.

Nuestra intención es intentar recuperar esas manifestaciones orales y conformar un librito al finalizar el curso, para uso y disfrute del resto de los miembros de nuestra comunidad educativa.




Para empezar les enviaremos con sus hijos los textos que vayamos recuperando para que puedan aprenderlos con más facilidad, ya que una hora a la semana se queda en nada. Cada ficha tendrá un apartado para que anoten otras versiones sobre el mismo tema u otras canciones, poesías, dichos, retahílas que ustedes o sus padres recuerden.

Canciones de cuna

1ª“Duérmete, mi niño,
duérmete, mi amor,
duérmase la prenda
de mi corazón.”

2ª “Arroró, mi niño chico,
duérmete que viene el coco,
y se lleva a los niños
que duermen poco.”

1ª(Cuarteta recogida en Valle de Santa Inés (Fuerteventura)
2ª(Copla mixta (cuarteta y seguidilla) recogida por Talio Noda)

LOS DERECHOS DE LA INFANCIA - TERCER CICLO


En el Tercer Ciclo hemos trabajado sobre los Derechos de la Infancia. Estos son algunos de los documentos que los alumnos han redactado. A ver qué les parecen...



RINCÓN LITERARIO

ARCADIA

Arcadia me acompañó ese día en el avión. No nos conocíamos de nada, pero íbamos a lo mismo. Lo supimos al llegar. Al entrar por la puerta de la oficina nos dimos cuenta de que hacía un rato habíamos estado a dos asientos de distancia. Nos saludamos y pareció que el mal que nos había llevado a esa plaza nos acercaba un poco. Mal de muchos.

Compartimos la comida de ese día y volvimos en el avión por la tarde. Las circunstancias nos hicieron volver dos semanas después al mismo lugar. En este caso, lo sabíamos y nos buscamos en la fila de embarque. Allí estaba. Esta vez nos sentamos juntos y charlamos los cuarenta y cinco minutos del viaje. Ni ella ni yo imaginábamos que el destino nos habría de poner cerca durante casi tres años.

Arcadia llegó a ser mi compañera de trabajo por error. Es curioso, pero es cierto. En unos meses se descubrió el entuerto y tuvo que abandonar el puesto y ocupar el que realmente le correspondía. Pero eso no fue impedimento para vernos a diario. Al fin y al cabo vivíamos a dos calles de distancia en nuestro nuevo destino.

Arcadia es un nombre que me atrae. Me gusta cómo suena, y será por eso que la anciana del otro día me sugirió ese nombre. No sé cómo se llamaba, pero habría sido genial que, si me hubiera atrevido a preguntarle, me hubiera contestado:”Arcadia, mi niño. Arcadia”.

Mi anciana Arcadia me sorprendió. Comía en la mesa delante de la mía y parecía absorta en sus pensamientos. Al final comprendí que no era eso, pero eso es el final. Antes de empezar a contar las veces que colocó la cesta del pan ya lo había hecho varias veces. Y conté doce. Se convirtió en un reclamo para mi vista. No podía dejar de mirarla. Comía con mi mujer y mi hija, pero la conversación y la vista no pertenecían al mismo entorno. Mi Arcadia cortaba el pescado una vez y recolocaba la cesta del pan una vez, dos, o tres, o más. Se llevaba la comida a la boca y repetía el proceso. Era una realidad aparente dentro de otra realidad. Mi Arcadia construía su propio mundo en una mesa cercana a la mía. Yo, mientras tanto, mantenía una anodina charla sobre algo que ni siquiera recuerdo. Pareciera que hablaba con una amiga, pero no. Hablaba con mi compañera. Jamás diría que es mi amiga. Ni para mentir. Cuando uno habla con un amigo es distinto, pero si aparece una Arcadia, la amistad y el hábito se pueden convertir en la misma cosa.

Mi Arcadia terminó su plato y recogió las migas. Todas las migas. Se entretuvo tanto que el camarero, observándola de lejos, decidió ir a retirar todo de la mesa. Aún así, mi Arcadia siguió acariciando el tablero, repasando con el canto de su mano todos los rincones. Era como si esperara rehacer un puzzle, algo que se le deshizo. Tardó un buen rato. Todo el que yo la continuaba observando. Ella no me miró ni una vez. Y si me hubiera mirado, no me habría visto. Mi Arcadia no estaba en un restaurante. Estaba comiendo en su mundo. Y en su mundo no estaba yo. Ni mi mujer, ni mi hija. Ni siquiera el camarero. Estaban ella y su mesa…y sus migas.
Finalmente se levantó. Antes pidió la cuenta. Algo de realidad sí le quedaba, porque la pidió. En el fondo sabía que estaba en un restaurante. Había que pagar. Entre los dos actos pasaron casi diez minutos. El camarero trajo la cuenta. Y mi Arcadia sacó el monedero. Sacó el dinero y lo contó. Y empezó de nuevo el trajín. Lo contó una vez, y otra, y otra…hasta 6 veces. Y lo colocó en la bandejita. Se levantó y se acercó a la barra, no antes de pasar por última vez el canto de la mano sobre el tablón de sus recuerdos. Por si quedaba algo que recomponer. Con la bandejita en la mano, se acercó al grifo de cerveza y la colocó despacio. Mi conversación hacía mucho que había dejado de serlo. Era un diálogo de besugos. Mi Arcadia atraía toda mi atención.
Quedó a mi espalda. Ya no la veía. Imaginé qué hacía. Mi mujer me dijo que estaba viendo una mujer recontando dinero en la barra. Ahora ella tenía la perspectiva del mundo en el que yo había estado habitando la última media hora. Pero ni imaginaba ese mundo. Mi mujer no veía a Arcadia. Mi Arcadia estaba nuevamente recontando el dinero de la bandejita. Giré la cabeza y la miré de nuevo. Acababa de sacar nuevamente el monedero. El camarero ya había retirado el dinero y ella estaba dispuesta a reiniciar el ritual de contar y contar hasta llegar a la cantidad que le habían dicho. Aunque ya hubiera pagado. Daba igual. Como las migas. Siempre da igual si sientes migas. Al final intentas quitarlas.

Mi Arcadia recibió del camarero la vuelta y la información de que ya había pagado antes. Recogió las monedas que había puesto en el taburete, las metió en el monedero y el monedero en el bolso. Por primera vez la vi levantar la cabeza al mundo. Hasta entonces solo había existido para ella un mundo de migas y monedas, sobresaltado por un plato de pescado a la plancha. Alzó la vista y trasladó un traje perfecto, de verde y amarillo, de señora, hasta la puerta. Y se marchó. Y me dejó un vacío de Arcadia. No estaba absorta. Era mi Arcadia en su mundo. Probablemente una vez un marido, hijos y un trabajo que le permite una pensión para un traje, de verde y amarillo, de señora. Y unas migas. Tendría que haberle preguntado el nombre. Y si me hubiera respondido: “Arcadia, mi niño”, me habría hecho feliz. Por un momento. Y ella tal vez también, porque alguien le sacara la vista de las migas después de tantos años.

Arcadia me compró un televisor. Casi no nos conocíamos, pero yo estaba solo, sin dinero y necesitaba distraerme en mi nuevo destino. Ella se ofreció. Lo acepté y todavía lo tengo, en el salón de mi nueva casa. Mi mujer y mi hija lo ven, se sientan delante y ven la tele. Pero no ven a Arcadia. Yo sí. La oigo cada vez que pulso el botón. Dándome lecciones de habitar con los padres. De hacer del campo una razón de vivir y de un padre que es patrón. De cómo saber de un mango y una papaya. De no saber amar y que no te dejen. De sus migas. De recoger sus migas.
Mis dos Arcadias se sentaron el miércoles en la mesa delante de la mía. De traje de señora. Las dos.


A Arcadia, de la que no sé…y quisiera.


E. de Sancho